miércoles, 25 de febrero de 2009

CARIPE


Ruedo a disfrutar de lugares escondidos, recónditos pero mágicos. En la vía descubro la verdadera esencia de la vida.

Todo huele diferente, puro, natural. La vegetación pulcra, si no lo estuviera viendo juraría que es la pintura de algún rebelde artista latinoamericano. impresionante lo intenso de los colores, rojo, naranja, amarillo, verde, un verde casi fosforescente que parece dejarte ciego.

El ruido es una bendición, solo alcanzo a oír el viento, los árboles, y los pájaros que además cantan durísimo. Pueblito por pueblito vamos andando y gozando de la idiosincrasia de la gente. Puesticos chiquiticos con artesanía y comida riquísima hecha de forma rudimentaria pero con mucha dedicación.

Café, chocolate, frutas frescas y las mejores fresas con crema inglesa (hecha por un inglés) que podré probar en mi vida. Son irreales; su textura, su sedosidad, su olor y por supuesto el sabor increíble.

Una vista que vale todo el oro del mundo. La gente súper amable y complaciente pero a la vez un poco tímida e introvertida. Eso me gusto.

Es un premio a los ojos vivir algo tan maravilloso y único. Saberte ahí, disfrutando de todo cuanto se te cruza, regalándote aquella inmensidad.

Es disfrutar de lo escondido, de lo divino.