viernes, 17 de abril de 2009

Con B de Bueno y Bonito

Caminaba y no paraba de alucinar. Era increíble conseguirte de frente, verte ahí, dispuesta a brindarme todo lo que alguien como tú, que a pesar de los obstáculos has logrado evolucionar y avanzar en el tiempo, podías ofrecer a una viajera apasionada. Eres Hermosa y radiante, eres joven pero tienes la madures a flor de piel. Pareces una dama del primer mundo, lo eres. Culta, refinada y limpia, haces de mi viaje una experiencia inolvidable.

 

Llegue con muchas expectativas y milagrosamente me sorprendió. Hizo de mis vacaciones la realidad de un sueño.

Es una ciudad hermosísima, su gente, su gastronomía, librerías, cafés, terrazas, la moda. Es complicado entender que una cuidad espectacular y cosmopolita este tan cerca de la mía, y que además, sean tan diferentes.

La pase riquísimo, los días de largas caminatas, casi todas con Puchi, haciendo paradas intermitentes en los cafés de la ciudad para degustar su bandera antes de seguir el recorrido, las disfruté mucho. Probar uno distinto en cada edición fue una cata estupenda que me hizo saber que en realidad saben lo que tienen y cómo aprovecharlo.

Los lugares históricos una belleza, súper conservados, bien señalizados y llenos de gente de ahí, baqueanos, residentes, sinónimo de cultura y evolución.

En las noches el rocío bañaba la ciudad y los casi once grados hacían efecto. Pero era finísimo saber que la sobrevivencia dependía de mí, estar bien abrigada y cubierta me permitía seguir mi camino a pie hasta algún parque, o restaurante, o bar, o calle, todos acogedores, llenos de gente simpática que dejaban ver su humildad con ese cantadito que los caracteriza. Esa gente, respetuosos, amables, divinos (palabra emblemática entre ellos) nos brindó lo mejor y nos hizo sentir como en casa.

La “T” una de mis favoritas. Caminar, saltar de bar en bar, picar algo aquí y allá, ver gente, hacer zapping, cambiar de ambiente, de música. Entrar y salir. Tripié muchísimo ahí.

Los viajes a las afueras de la ciudad con la banda fueron una experiencia magnífica, paisajes que parecían pintados por algún artista, de los muchos que tienen, hizo que el recorrido pareciera que estábamos sumergidos en algún cuento fantástico.

La comida, los postres y la variedad de aperitivos, todos deliciosos, hizo que mi balanza mental subiera pero sin remordimiento alguno. Estar ahí valía la pena, y querer probarlos, sentirlos en las papilas para conocer su cultura a fondo mucho más.

En fin, sentirme querida, conocer una cuidad maravillosa y compartir con su gente fue genial, único.

Siempre tengo presente que lo bueno de irse es poder volver. Yo estoy segura que volveré, aún me debo una segunda vuelta por la ciudad que no para de bailar. Bogotá.

   

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