Salgo de la casa, cruzo la avenida, la calle tiembla. Hay algo salvaje que sienten mis pies
con el movimiento de la tierra, y ante el tumulto de personas mis ojos
irresistiblemente miran hacia abajo.
Desde niña
tengo obsesión con los pies de la gente, y estoy segura -aunque no fui a
terapia para certificarlo- que es eso lo que hoy me tiene acá.
Es raro,
pero tengo la sensación de que vine tan lejos porque mire hacia abajo y no
hacia delante.
Es
mentira -para mi- que los visionarios miran el horizonte. También creo que no
llegue, sólo seguí los pasos de otros.
De niña
recuerdo en el club -en mi pequeña ciudad no había shopping- me divertía horas
mirando los pies de los socios y luego en fracciones de segundos mi mente
intentaba imaginar cómo sería su cara. También me pasaba al contrario, su cara
era tan interesante que deseaba infinitamente ver sus pies. A veces tenía
suerte, los seguía y era genial verlos encarar hacia la piscina, el universo me
complacía y esa persona tan interesante se completaba o no, cuando descubría
sus pies para entrar al agua.
Una vez
llame la atención de un joven de cara linda. De niña ya me gustaban los más
grandes. Estaba con mi melena castaña y los cachetes rojos y sudados intentando
mantener en el aire un balón de fútbol. Contaba cuántos toques podía hacer sin que
se cayera. Él comenzó a contar en voz alta y yo me sonroje aún más al voltear
disimuladamente y ver que era realmente guapo. Sonreí e intente seguir -siempre
me creí madura en esos temas- y después de unos segundos de ver y contar, el
guapo giro y se fue. Es obvio que apenas se fue yo sólo pensaba en ese chico
descalzo.
Como a
cualquier niño después de un rato el tema se me olvido y fui a la piscina a ver
nuevos pies. El guapo que contaba estaba ahí. Mi cara era un poema, entre la
felicidad y el asombro. Agradecí rápidamente a Dios -como me enseño mi mamá- caminé
rápido hasta él y me detuve en seco. Sus pies eran más blancos que su cara;
largos, con dedos flacos. Los recorrí lentamente hasta llegar a la punta, y
como quien ve un muerto mire la uña del dedo gordo de su pie derecho, tan negra
y oscura como un azabache. Me quede helada, fría. Apenas pude reaccionar salí
corriendo hasta llegar a los brazos de mi padre llorando desconsoladamente. Mi
papá me preguntaba por qué lloraba, y yo no podía explicar aquella situación.
Era un dolor tan grande, por algo que además, no sabía como explicar.
Así viví
mi primera desilusión amorosa y así supe que esto me acompañaría para siempre.
Ya en la
adolescencia sólo me gustaban los chicos con lindos pies, de ahí que mis amigas
e incluso mi familia no pudieran explicar cómo todos mis novios eran tan feos. A
mi sólo me gustaba y hasta me enamoraba de sus pies.
Recuerdo
el día que perdí la virginidad, fue también la primera vez que bese los pies de
un hombre. Eran tan viriles y masculinos, y hacia tanto que los venia deseando,
que fue imposible de evitar.
Después
me mude a una gran ciudad, y supe que mientras más grande era el lugar más pies
había para ver. Caminar por el centro, subirme al metro, ir a la facultad era
un placer para mis ojos.
Una vez
viajando de Chacao a Chacaíto en el vagón iba una señora con unos pies muy
particulares; arrugados, gordos y agrietados. Uñas mal pintadas y corroídas por
los hongos. Me dio tanto dolor por ella, por esa vida tan dura que había llevado.
Con mucho pudor pero sin poder evitarlo subí la mirada hasta su rostro. Sus
pies se reflejaban en sus ojos negros y tristes, tan tristes como sus pies. Ahí
supe que si los ojos son el reflejo del alma, los pies son el reflejo de la
vida, del camino, de los pasos, de los dolores.
Luego
subió una señora quejándose -casi a los gritos- del calor, de la cola y de su
jefe. Pende en voz alta: “si sabrán de dolores esos pies tras años de usar
tacones”. Creo que me escucho, porque volteo y me miro con una cara de culo… Luego
caminó entre tropiezos hasta el vagón siguiente.
Al tiempo
me mude de nuevo, y quizás me mude una vez más, después de tantos años ya no sé
si es reto u obsesión. Yo sólo sigo caminando por largas avenidas, mirando
hacia abajo, buscando, indagando, averiguando y sobretodo persiguiendo. Convencida
de que llegué aquí por seguir pies, nunca por seguir pasos.
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